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DISCURSOS

Indudablemente, los beneficios materiales y
espirituales de este cambio han sido muchos. De hecho,
los últimos treinta años se han caracterizado por la
preponderancia e intensidad de nuestra fe en el futuro. La
idea general izada es dejar lo que resulta indeseable del
pasado y lanzarse tras de algo nuevo y más prometedor
para el futuro. Los puertorriqueños sabemos de dónde
venimos y hacia donde nos dirigimos.

Sin embargo, los reajustes económicos y sociales
que trajo consigo este cambio han creado un nuevo
orden de problemas cuyo reconocimiento y atención
se recogen en nuestro programa y demanda lo mejor
de nuestros cuadros dirigentes para su ejecución. Al
mismo tiempo, es difícil exagerar la significación del
periodo de confusión, la incertidumbre y de falta de
sentido de propósito en el periodo de transición por el
cual se ha atravesado nuestro sistema político. Vivimos
un momento histórico, y de la relevancia y prontitud
de nuestras acciones ha de depender el grado de
impaciencia del buen pueblo que nos dio este mandato.

Cuando aceptamos la responsabilidad de
gobierno, no solo aceptamos la fe que tiene nuestra
sociedad en su destino y su esperanza para su futuro,
sino que aceptamos la obligación de remediar sus
deficiencias y hacer de ellas un Nuevo Puerto Rico. Las
expectativas que en nosotros hay cifradas derivan de
esta aceptación.

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