Conocí a Vargas Llosa cuando visitó al gobernador Hernández Colón en La Fortaleza. Existía una empatía natural entre ambos y su vivencia en la Universidad de Puerto Rico en Estudios Hispánicos era fuente inagotable de recuerdos y lealtades compartidas.
Su libro La Fiesta del Chivo me abrió caminos de entendimiento de nuestro vecino pueblo dominicano que debí tener décadas antes y su biografía intelectual en La llamada de la tribu es una lección insuperada sobre varios de nuestros héroes del pensamiento como Ortega y Gasset.
Su incursión en la política peruana y mundial son testimonio de los angostos caminos del intelectual y nuestro mundo.
Un forjador indiscutible con sus luces y sombras que marcó y esculpió nuestro tiempo.